lunes, 5 de abril de 2010

Félix de Azúa.

Aviso al lector.
Un diccionario es le resultado de muchas horas de búsqueda paciente y requiere un talento especial para la conclusión. Azúa, Félix.

Decir “un diccionario del siglo XXI”, en 1995, equivale a decir “un diccionario del futuro”.
Por lo tanto “un diccionario del futuro”, en nuestros días, sólo podía ser “un diccionario del acabamiento del presente”.
En este acabamiento: el fantasma del pasado se alza como un colosal espectro que todo lo devora y nada deja abierto a la incertidumbre del desarrollo, porque todo crecimiento está controlado desde el pasado. El pasado lo clasifica todo, lo controla todo, lo asegura y lo fija hasta no dejar ni los huesos.

Escribir un diccionario del acabamiento, contra la algarabía de la jovialidad fascista. Un diccionario contra los suplementos dominicales, para entendernos.
Que fueran los medios de formación de masas los que me proporcionaran las voces del diccionario.

El acabamiento no es algo sólido y manejable. Todo lo contrario: el acabamiento es lo que hace que incluso lo más novedoso nazca ya con aspecto de ruina. El acabamiento es inmanejable e inasible, es un principio de descomposición que ni siquiera es una fuerza. Descompone por pura debilidad. Pero la debilidad siempre se disfraza de punk. Por tal razón este diccionario puede leerse de un tirón. Pero también puede leerse en desorden. Ni un orden, ni un desorden: este diccionario sólo aspira a proponer una sonoridad interesante y a resonar con el lector armónico.

Ni siquiera la muerte parece capaz de acabar con el Arte. Aunque pueda Parecer que este diccionario juzga a las artes extintas, no sería totalmente exacto decir que éstas han muerto. Es posible que las artes no hayan muerto; es posible también que no hayan nacido. O que su modo de ser sea agónico, instaladas como están en el despeñadero que separa el límite del mundo y el vacío que lo constituye, ese despeñadero por el que se precipitan cada día millones de muertes.

Quizá esa ficción, esa nostalgia enfermiza de dioses y obras de arte, no sea cosa de ahora sino de siempre, es decir, “de mañana”.

El acabamiento de las artes del que hablamos se toma, a veces, como una condena del sistema capitalista, inspirada por la nostalgia de una juventud consumista entre aficionados al izquierdismo. Al afirmar que ya no hay tal cosa como “las artes” parece como si dictamináramos la crisis y muerte de la cultura occidental en pleno. Se nos malinterpreta como continuadores del tópico llamado “decadencia de Occidente” en su vertiente llorona. No es así.
Es porque ya no son necesarias; y no lo son gracias al extraordinario proceso de acumulación de poder puro en el que ha entrado el mundo tecnológico en los últimos treinta años.


Bello.
Es un término muy utilizado, más bien dirá sobre utilizado. También, se recae en aplicar el término como sinónimo de “buen arte”.
Cuando se expone la obra es bella y no se hace honor ni a la obra ni por lo tanto a la “belleza” que pueda poseer.

Este término se suele aplicar en un ámbito de desconocimiento a cerca de su valor intrínseco. Ha sido asimilado por la masa como modismo.



La existencia de lo bello se remonta a la propia existencia del hombre como una de sus cualidades mentales.
Lo bello está sujeto a una evolución histórica de las diferentes concepciones de la misma. Ya comenzaron los griegos, concretamente los filósofos presocráticos. Pitágoras, plantea lo bello ha siendo referencia a la ley de las matemáticas; la simetría, la proporción, todas estas reglas se traducen en lo bello. En toda la tradición griega se fuerza la búsqueda de lo bello mediante estas leyes, se convierte la belleza en pura matemática. En las esculturas detalladas proporciones y simetría entre las partes del cuerpo, profundamente estudiadas, etc.
Platón atiende a lo bello con carácter de idea. Idea, de existencia independiente a la de las cosas bellas. La cual es apreciable por todo el mundo, pero se debe educar para su correcta comprensión como algo “culto”. El individuo como poseedor de la cualidad identificativa educada de lo bello.

Los antiguos no consideraban necesaria la presencia de lo bello en las obras del arte, más bien al contrario, podía llegar a ser una presencia embarazosa. Entre los muy antiguos la belleza era innecesaria porque sus obras de arte no eran obras de arte sino de relaciones públicas con la divinidad. Los antiguos tampoco, porque para ellos lo bello era más bien un asunto de las ideas, del espíritu, del intelecto. Azúa, Féliz.

A lo largo de la historia se ha asociado lo bello con el bien, mientras que la fealdad atiende a lo malo.
Es esta actitud la que hace al individuo recaer en la utilización de lo bello para algo que considera bueno o que le agrada. Todo el mundo, lo aplica cuando tratan de algo que le agrada, les parece tierno, les provoca ternura, les parece bello físicamente, etc.

El concepto de bello puede variar entre culturas, por lo que es algo en el uso de la actualidad, como propio y variable entre culturas, costumbres y ritos, sin olvidar la tendencia a la traducción de la moda latente como belleza.

Vuelvo a la evolución del término. Lo bello concebido como una necesidad siempre presente en la obra de arte es algo relativamente tardío. Esta necesidad está visible en la estética de Kant, en su tercera Crítica o crítica del juicio. Donde se considera lo bello una necesidad y función del objeto artístico. Procesado por la razón.
La obra de arte, como contemplación conlleva para el individuo un placer. Éste es representado por un el “gusto” del individuo. Atienda o no a una disciplina o cierta educación. De ahí, que lo bello se entienda como placer, que a la vez se trata como algo bueno.
Todos estos interrogantes entre belleza y placer, tratados por Kant, no estaban cerrados del todo; ya que todo esto conlleva diversos puntos a considerar, creando todo un debate en la época, que aún prosigue.
Para Kant, sólo es bello el placer “desinteresado”; el placer de comer o el de copular no son artísticos porque suponen la satisfacción personal de un deseo.
Lo bello no puede extenderse hasta el estremecimiento moral y la contemplación de nuestra finitud: lo bello ha de ser agradable y sereno.

Todos los conflictos en la teoría de Kant son tratados por Hegel, aunque en esta se llegan a otros.
En ellas lo bello deja de formar parte necesaria de los productos de las artes y pasa a tener sólo presencia histórica. Lo bello se da en un momento histórico preciso de las artes: en Grecia; pero antes y después de Grecia, lo bello es irrelevante. Hegel no dice que no haya tal cosa como “algo bello” antes o después de Grecia, sólo dice que no es necesario que lo haya. Lo relevante es el desarrollo histórico del arte. A los egipcios, o a los chinos, la belleza no les preocupaba esencialmente; a los cristianos tampoco. Eso creía Hegel.

Lo de que las artes sean históricas tiene que ver con su consideración como unidad.
Una vez ocultado lo bello de las artes, éstas se encuentran infundamentadas, ya que no se encuentran justificadas o con cierto fin en el mundo.
Si las artes son históricas no pertenecen a nadie como propiedad individual o personal. Perteneciendo a la masa, los cuales son los únicos sujetos de la historia. Por lo que la noción del artista como creador o elaborador bajo su índole e intención individual, carece de afirmación. Transformando a éste en un ejecutador o transmisor de las pretensiones de la masa a través de la obra de arte. Es decir, el artista hace la obra de arte atendiendo a lo que la masa desea.

Todo esto vine a detonar que la masa decidiera la belleza en cuanto al ámbito artístico: el espíritu del pueblo y su voluntad expresiva. Por lo que se comprende que después del romanticismo las artes hubieran de ser controladas por el Estado.

Pero ese proceso de destrucción y control sólo ha afectado a la parte menos poderosa de las artes, es decir, a las actividades tradicionales representadas convencionalmente por las academias: pintura, arquitectura, escultura, música y literatura. En cambio, la artistización se ha hecho universal y totalitaria en un sinnúmero de prácticas, de manera que incluso los presidentes de las naciones democráticas tienen ahora que embellecerse como estatuas y seducir como actores. Azúa, Félix.

En la actualidad, todos los acontecimientos ocurrentes en todos los ámbitos posibles transmitidos por los medios de comunicación, se han convertido en obras de arte y espectáculos, donde la masa es enteramente la receptora. Lo bello ha regresado para dar esplendor a la nada. Azúa, Félix.


CATÁLOGO.
Todas las manifestaciones artísticas actuales se encuentran recogidas por catálogo.
Un catálogo es la ordenación o clasificación de unos elementos pertenecientes al mismo ámbito, como guía de referencia donde se atiende a la aglutinación de los mismos.
Se trata de dejar constancia de un momento concreto, con el fin de que ningún acontecimiento pueda ser olvidado, convirtiéndose en una memoria histórica.

El catálogo en el arte se ha convertido en un elemento totalmente anexo a la obra de arte, manifestación, artistas, etc.
Las personas asistentes a una exposición esperan la consulta del catálogo o al menos su existencia, de la cual necesitan en la mayoría de los casos para contrastar información y aún más para poder comprender la narración de la exposición.
Así se comprende que miles de habitantes de Madrid formaran interminables colas en 1991, con motivo de la gran exposición dedicada a Velázquez, no para ver las pinturas sino para ver el catálogo, porque era el catálogo el responsable de poner orden, añadir control, e inventar un “acontecimiento” capaz de dar algún sentido al hecho de vivir en una ciudad como Madrid. En los tiempos actuales el acontecimiento artístico ya no es la exposición, sino el catálogo. Azúa, Félix.

El catálogo adquiere ya más importancia incluso que la propia exposición, y más aún como elemento otorgante de valor para la designación propia de la obra d arte. La obra es obra de arte, en tanto que esté presente su catálogo.

Por otro lado, la necesidad de añadir catálogo al arte; ha desencadenado una gran demanda del mismo por lo crea está latente el gran fomento económico como consumo propio del arte. Esto crea una increíble industria, incluso me atrevería a decir a la que el artista se ve supeditado para poder difundir su “producción” y más aún para poder ser conocido y reconocido. Es imposible en este momento reconocer a un artista que prescinda de catálogo, ya queda unido artista-catálogo o catálogo-artista.

El catálogo actual, en tanto que monumento funerario, introduce una nota mínima de racionalidad en el fluir repetitivo de las artes convertidas en ritual religioso de masas. Azúa, Félix.

Se ha convertido el catálogo en tal referencia que es más importante que ver la obra a través de éste, que al natural.
Las obras de arte son en sí mismas, no mejora nunca una obra en tanto que apoyo de un texto. Pero el público demanda ese “texto” o catálogo, para poder saber que quiere decir el artista a través de la obra, y no ver un lienzo nada más, por sí solo. Las manifestaciones artísticas actuales son cada vez más intelectualizadas, por lo que el público si no es especialista, culto, etc.; no puede comprender nada sino es incluso el propio artista. Este público se siente confuso al no ver o comprender nada, éste quiere o está acostumbrado a que todo en lo que no puede opinar o se debe igual aludir nada al respecto; actúa desprestigiando su valor y quedando sin aceptación alguna por el mismo. Este tema es el que se trata por Ortega y Gasset, en la Deshumanización del arte.
El público necesita consultar el catálogo para poder atender a la narración del artista, que además no está escrito por el mismo. Pero da referencia para la comprensión y discurso del arte.
El receptor es incapaz de percatarse de que la obra puede y de hecho lo hace, hablar con ella misma. Atender a lo que representa un lienzo y su contenido. Para esto se necesita un conocimiento previo, que si queda carente se suple mediante el catálogo.
Las obras o bien hablan por sí mismas, o bien son mudas. Ningún discurso añadido les dará la palabra que no tienen. Azúa, Féliz.

Las manifestaciones artísticas anteriores, es decir, a las que denominamos como “figurativas” por el modo en el que están representadas. En estas si es más fácil que prescindan de catálogo, ya que como representan elementos reconocibles, como objetos, personas, etc., se puede opinar sobre ello, ya que todo el mundo reconoce todos estos elementos. Y es aquí de nuevo donde se dan los aspectos tratados por Ortega y Gasset. En el arte que conocemos bajo el nombre de “figurativo” lo predominante y latente son las escenas de sentimientos humanos, el bodegón con sus correspondientes elementos, el paisaje, etc., todo agrada al espectador que acude a una exposición de estas características y puede opinar sin necesidad de saber mucho sobre arte, aunque este es otro tema a tratar ya que personalmente creo que todo el mundo opina sobre esta disciplina sin poder ser así.
Bueno retomando lo anterior, por los elementos representados no es tan preciso un catálogo, sin embargo si actúa su presencia le dará mayor carácter a la obra, para el público. Esa es la diferencia con el arte de la actualidad, su tipo de tratamiento y conocimiento y su apoyo o necesidad, incluso abuso del catálogo como medio.

El catálogo lo que garantiza es la historicidad de los acontecimientos. Y hecho de este es que de ese modo tenemos la garantía de encontrarnos delante de “obras de arte” y no delante de cualquier otra cosa innominada e inquietante.

Y quizá también porque las obras de arte actuales no se proponen la perduración, no incluyen signo alguno de voluntad de eternidad, y por lo tanto su carácter efímero y transitorio ocupa todo el escenario. Sólo el catálogo prolonga discreta y brevemente la existencia de estas obras de arte. En todas las representaciones artísticas premodernas iba insita una voluntad de eternidad. Y si las obras de arte admitían su insignificancia y se presentaban como objetos efímeros y momentáneos, entonces sabíamos que no estábamos ante obras de arte sino ante objetos decorativos. Azúa, Félix.

Las obras de la actualidad se presentan como arte de carácter efímero y transitorio, por lo que no pretenden perdurar para la eternidad. De ahí la utilización que cumple dicha función como es el catálogo.

Hay una íntima convicción de los artistas, de la crítica, de los aficionados actuales según la cual lo perdurable e instructivo es el catálogo. Los grandes catálogos, traen todos los acontecimientos reseñados.


COLOR.
El color es una percepción visual que se genera en el cerebro al interpretar las señales nerviosas que le envían los fotorreceptores de la retina del ojo y que a su vez interpretan y distinguen las distintas longitudes de onda que captan de la parte visible del espectro electromagnético.

La luz al atravesar un prisma de cristal se descompone en los siete colores del espectro. Sobre la percepción-sensación de la luz hay muchas teorías científicas.
Se aceptan tradicionalmente tres colores primarios o fundamentales; el rojo, el amarillo y el azul; y tres colores binarios; el naranja, el verde y el violeta. La combinación de un binario y un primario en el que predomina este último da lugar a los colores terciario y así sucesivamente hasta formar la inmensa gama de tonos.
Se llaman colores cálidos a lo que expanden luz; rojo y amarillo, y fríos a los que absorben luz; verde, violeta y azul.
Se llaman colores complementarios los que, al mezclarse dan blanco; el rojo y el verde, el naranja y el azul, el violeta y el amarillo.
Se llama color puro aquel que no contiene en su constitución mezcla alguna de grises. En la práctica es muy difícil obtener colores exentos de negro o blanco.
Los colores producen en los seres humanos efectos psicológicos: el azul y el verde son sedantes, el rojo estimulante. Goethe asociaba el color violeta a la alegría, el rojo al poder, el azul oscuro a la calma, el verde a la atracción, el amarillo vivo al ridículo y el amarillo claro a la nobleza.

Las personas que trabajan con colores: los artistas, los terapeutas, los diseñadores gráficos o de productos industriales, los arquitectos de interiores o los modistos; deben saber qué efecto producen los colores en los demás. Cada uno de estos profesionales trabajan individualmente con sus colores, pero el efecto de los mismos ha de ser universal.

Ningún color carece de significado. El efecto de cada color está determinado por su contexto, es decir, por la conexión de significado en la cual percibimos el color. El color de una vestimenta se valora de manera diferente que el de una habitación, un alimento o un objeto artístico.
El contexto es el criterio para determinar si un color resulta agradable y correcto o falso y carente de gusto. Un color puede aparecer en todos los contextos posibles­­-en el arte, el vestido, los artículos de consumo, la decoración de una estancia- y despierta sentimientos positivos y negativos.

El color es más que un fenómeno óptico y que un medio técnico.

Una regla básica de la psicología de la percepción: sólo vemos lo que sabemos.


CRÍTICO.

Sinónimos detractor, censor…
Félix de Azúa, distingue entre el sabio, el profesor y el crítico. Del primero dícese como el que lo sabe todo, el segundo como el que sabe algo y el crítico como el que no sabe nada pero suele estar informado.
En este texto me voy a detener básicamente en el crítico de arte, el cual se basa en la actualidad para deducir que una obra sea buena por su actualidad, mientras no se encuentre en lo actual lo considera no tan bueno, como malo o atrasado.
No informa objetivamente, sino atendiendo a otros intereses o fines personales, del momento, según tendencias (qué está de moda), económicos, etc. Pero no es un periodista que debe informar ya que da su opinión crítica. Por otro lado, es muy difícil informar sin dejar huella a ideologías, opiniones personales, etc., de ahí su escasa objetividad.
Siempre su información le permite dar cuenta de lo que se va produciendo. Basada en el momento, nada permanecerá, ni perdurará al respecto, sólo la momentaneidad.

Parece ser que lo que la crítica olvida o mejor dicho no trata porque no le interesa, e incluso se niega a admitir. Además no sale al exterior, no se comenta, no perdura, no se cuestiona; en definitiva no se trata en absoluto.
Creo que se tarta de algo parecido a lo que ocurre en relación a Occidente y Oriente, Europa y “el resto”. Está claro que Europa es la que tiñe que es lo actual, lo aceptable, lo bueno, otorga, elige, etc., de ahí que sus críticos sean los que llevan a cabo todo este camino.
En cuanto a arte se refiere esta cuestión está totalmente asimilada, aunque no obstante se debe hacer reseña del mismo porque a veces lo obviamos tanto que se nos olvida, se convierte en cotidianidad.


Un ejemplo muy claro del crítico actual, queda fielmente reflejado en la feria de arte contemporáneo de Madrid, Arco. Donde suelen destacar estas personalidades, tanto visualmente, por su porte o facultades y toda la parafernalia que les rodea.
Es muy fácil su ubicación y distinción; suelen ir ataviados con ropajes oscuros, mejor si cabe de negro pulcro, algunos con objetos para no ser deslumbrados como gafas de sol, en el interior del espacio expositivo, no siendo así dañada la retina desnuda a la exposición de la iluminación de las salas, con aires de hostilidad y superioridad…

Después de este comentario debo añadir que ha sido solo una generalización aumentada como prototipo de la figura del crítico, ya que ellos se pueden permitir estos comentarios pero narrados con tecnicismos y adornos un tanto incomprensibles para la masa e incluso a la categoría intermedia entre la masa y la “elevada”. Ya que debe y puede haber de todo, o mejor eso espero. Y es aquí mi idea sobre el crítico siendo temporal, sujeta a cambio según totalmente cuestionable. Al igual que la información del crítico atiende a lo actual, mi conocimiento a cerca del mismo se encuentra en la misma disposición.

El crítico es el constructor del presente. El crítico, uno de los pilares del periodismo, es el sustentador de la nada cotidiana, la cual, de no ser por el crítico y los periodistas, tendrían dificultades para ser percibida. Azúa, Félix.
En los años noventa, la especulación, venta de obras y cambio de papeles, ya que el artista podía ser crítico, y éste artista, etc. Ya podían adquirir porcentajes elevadísimos, decidían. Todo el arte estaba en sus manos, en cuanto a mercado y todo lo abarcado por el mismo. Quedando supeditada la figura del artista al crítico. Ya no se comprende en confines reales al artista como creador y libre, sino que debe atender a los propósitos predeterminados por el crítico, siempre y cuando quisiera entrar en ese mundillo. Además de repartir las ganancias.
Precursores de la necesidad de catálogos, junto a su propia participación como narrador de campo artístico y trayectoria del artista. Éstos necesitaban del crítico antes y después de la exposición, se convierte en imprescindible.

A menudo los artistas suelen estar en desacuerdo e incluso sentir antipatía por los críticos, pero después necesitan y buscan de la colaboración de tales, si quieren editar un buen catálogo, ser reconocidos, alcanzar prestigio…

Muchos de estos críticos se han convertido en directores de galerías y museos. De alguna manera en la actualidad si el director del MOMA realiza cualquier alegación es la asumida y establecida por encima de todo. Casi cuando el Corte inglés decide que es navidad.

Otro crítico de renombre es Robert Hughes, que seguro que algunos de mis compañeros de clase si han tomado ciertas materias, han sido bombardeados por sus vídeos y teorías. Espero que a parte de esta figura se encuentre algo más.

Después de mi reflexión sobre estas personalidades aún no me acabo de establecer un concepto contundente, por lo que siento que no he atendido a algunos parámetros, espero ampliar y elaborar una noción más estable al contrastar información con mis compañeros.

No pienso que la figura del crítico no me aporte nada en absoluto, sino que la información que transmiten debe ser aceptada como una noción más y atender a quedarnos con lo que nos pude aportar, pero siendo conscientes de albergadora y connotaciones, es decir, ser igual de críticos con ellos, ya que no poseen una verdad absoluta, se debe partir de aquí y establecer cada quien un carácter crítico, no asumir sin más, aunque a veces recaemos en este tipo de teorías impuestas por intereses de mercado y para que actuemos según valores que han sido establecido, es algo con lo que convivimos cotidianamente, porque es nuestro sistema de funcionar en sociedad.

Es también, muy importante para el artista la crítica; le afecta y atiende a ella según su grado de favorable o desfavorable evaluación del trabajo del emisor o “creador”. Aunque en ellas se trate el trabajo no personalmente al autor, éste atiende a él de esta forma, tomando lo como algo a su persona, no a su trabajo. Pero a menudo lo entendemos así, ya que personalmente entiendo mi trabajo como algo que me “representa” de algún modo, aunque hablo del comentario que por ejemplo te pueda hacer un profesor para poder enriquecer o evolucionar, aunque como con el crítico actúo críticamente y lo analizo, no lo asumo y ya, porque no siempre te favorecen o enriquecen estos comentarios, algo que ocurre con frecuencia el la facultad, vuelvo a la referencia de Félix de Azúa, en la que argumenta que el profesor sabe algo.

En definitiva, los críticos son los constructores de las artes. Son parte de los medias o entendidos que deciden que es y que no es arte. Igual este tema del crítico trato algo en el término de arte, donde participan o teorizan estas celebridades.

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