jueves, 1 de abril de 2010

El poder de las imágenes.

El poder de las imágenes.

FREEDBERG, D.; El poder de las imágenes. Los Prefacios, La Introducción y el capítulo I, titulado “El poder de las imágenes”.
Traducción de The Power of Ima­ges (Chicago, 1989) realizada por P. Jiménez y J. Gª. Bonaffé, Cátedra, Madrid 1992;

David Freedberg, nacido en Sudáfrica, donde realizó sus primeros estudios antes de ingresar en Yale, es principalmente conocido por su trabajo sobre las respuestas psicológicas al arte, y particularmente por sus estudios sobre la iconoclasia y la censura. Es Director de La Academia Italiana de Estudios Avanzados en América, en La Universidad de Columbia. Ha trabajado sobre arte flamenco y sobre el Renacimiento, publicando numerosos estudios al respecto.

El autor parte de la recopilación, análisis, teorías, imágenes y textos aportados, por compañeros y estudiantes, para poder llevar a cabo dicho libro. Cuya función primordial es debatir, discutir, exponer, etc., acentuando el tema a partir de su debate.
Mi finalidad no ha sido desviar las críticas sino estimular, el debate. No desaparecerán sin duda alguna los escépticos pero al aceptar su reto, espero haber restituido al menos en parte su importancia a la historia de las imágenes.[1]

El libro no trata de la historia del arte, sino de las relaciones entre las imágenes y las personas, mediante el análisis y evolución a lo largo de la historia, pero en las cuales; siguen latentes sus connotaciones, a través de respuestas sobre todo psicológicas y de conducta, siendo clasificadas. Dentro de dichas respuestas se encontraban las de carácter popular; que no eran válidas para el ámbito culto y elevado. Pero la parte positiva es conocer que siente y experimenta el espectador, como una de otras aportaciones para la formulación de las teorías. El interés no se basaba únicamente en la categorización y distinción entre lo culto y lo popular, sino que lo que más había de considerar en mayor instancia, era entre lo primitivo y lo occidental.
Por otro lado; el autor trata de manera crítica el ámbito de lo primitivo o no occidental, en tanto a su desvinculación y su nula participación en la formulación de las teorías por parte de los críticos, teóricos, etc.


También señala la distinción entre objetos que producen respuestas “religiosas” o “mágicas” y objetos que producen respuestas “estéticas”, en los cuales no cree. Estamos, pues, ante un estudio antropológico de campo. El objeto no es tanto el objeto artístico, sino la relación entre éste y las conductas suscitadas en los distintos sujetos, y el procedimiento será más bien de tipo inductivo que deductivo, ya que se trata de una investigación en la que no se parte o el autor insiste en ello; de teorías previas, sino que su objetivo es llegar a ellas por medio de la observación de casos concretos.
Como respuesta a su propia consideración para el estudio, aclara lo siguiente; la creencia de que “cuando vemos una obra de arte no permitimos que afloren las respuestas que el material de que está hecha o el tema tratado producen en nosotros con la mayor prontitud”. Mientras continuemos tan preocupados como hasta ahora por los determinantes de lo que llamamos arte, no lograremos escapar de la tiranía que éste nos impone en nuestras ideas sobre la respuesta.[2]

Las imágenes nos hacen decidir o nos lo imponen; si nos producen deseo, empatía o si no nos gusta. Se establecen relaciones entre religión y sexualidad, creencias de tipo religiosos, esotéricos, eróticos, ideológicos, etc. Lo que relaciona todas las respuestas y efectos producidos por la supremacía del poder de las imágenes, y nuestros esfuerzos por aceptar las pruebas de dicho poder.
Las respuestas son infinitas.Ya hemos cambiando algunas creencias antiguas, pero hemos adquirido otras nuevas. La manera de funcionar de las imágenes cambia según contextos y épocas.

La gente ha hecho añicos imágenes por razones políticas y por razones teológicas; ha destrozado obras que les provocan ira o vergüenza; y lo han hecho espontáneamente o porque se les ha incitado a ello. Como es natural, los motivos de tales actos se han estudiado y continúan discutiéndose interminablemente; pero en todos los casos hemos de aceptar que es la imagen- en mayor o menor grado- la que lleva al iconoclasta a tales niveles de ira. Esto cuando menos podemos asentar como indiscutible, por más que sepamos que la imagen es un símbolo de otra cosa y que es esta cosa la que se ataca, rompe, arranca o destroza.[3]

En cuanto a las imágenes de escenas religiosas, el análisis en cuanto a su contenido e incluso qué se insinúa; es muy obviado y mucho más por el tratamiento de los críticos. De ahí la alta represión existente de la que habla el autor del libro. Donde aparezca la virgen, el niño, etc., para la sociedad es como un tabú y más aún impensable admitir o comentar que mantenga estimulo sexual o que la escena juegue y muestre los miembros. En resumen, la ambigüedad de la imagen.

El simple hecho de que la propia crítica oculte y por lo tanto, se niega a reconocer tal convicción; evidencia el contenido visual de la escena de tan poder oculto. Este aspecto; se ha dado a lo largo de la historia, más latente si cabe por la iglesia, ya que siempre han querido ocultar los caracteres de estímulos, críticas, oposiciones, etc.; que el ciudadano pueda responder a partir del cuestionamiento por algún conocimiento no adecuado para seguir, lo dictado sin cuestionamiento propio.
Por lo tanto, lo que no se conoce no se puede discutir. Además; si se tolera o admite la carga de la imagen en toda su amplitud, es decir, si contiene carga sexual ya sean escenas religiosas o demás, sólo la clase social común le atribuirá tal acepción, mientras que la clase culta y distinguida será incapaz de adquirir la misma, considerándola muy banal y sin comportamiento educado y distinguido.

Creo que un ejemplo de esta actitud (aunque no tanto en imágenes como tema) es tratado por Aristóteles, en su libro segundo libro de “poética”, ejemplificado en la novela el nombre de la rosa. Donde la comedia y la risa eran negadas por los monjes franciscanos, ocultando el libro a los fieles.

Es un grave error anular la respuesta que no es socialmente adecuada o institucionalmente; se debe mantener una actitud crítica de las mismas, ya que nos encontramos avasallados en nuestra cotidianidad, donde dichas imágenes son asimiladas, valoradas, establecidas como objeto de consumo y necesidad. En moda, en estética, en comportamiento, deleite erótico y detonante sexual altamente explícito para embelesar y ejercitar sexualmente. Sin olvidar los valores que se nos han inculcado para observar y analizar imágenes, de ahí nuestro poco cuestionamiento al respecto, además de nuestro comportamiento condicionado.
El criterio para valorar las imágenes es diferente a lo largo del tiempo, pero si las imágenes se encuentran en museos, galerías, etc., siendo reconocidas como obras de arte; condicionan poderosamente la respuesta.

El objetivo es tratar de armar las posibles respuestas y luego estudiar por qué las imágenes despiertan, provocan o producen determinadas respuestas y no otras. [4]








[1] FREEDBERG, D.; El poder de las imágenes. Página 10. 4 últimas líneas.
[2] Ibíd. Página 14.
[3] Ibíd. Página 29.
[4] Ibíd. Página 39.

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